ASISTIDA
Recuerdo que de madrugada, cuando era niña y no podía dormir, recorría el pasillo de puntillas, lentamente,
procurando no hacer ruido, y me acercaba hasta vuestra puerta, que siempre
dejabais un poco entreabierta. Llegaba nerviosa, me sentaba en el suelo con las
rodillas en el pecho y ponía toda mi atención en escuchar, procurando
distinguir vuestras respiraciones. Cuando lograba calmarme, al primero que
reconocía era a papá, por sus ronquidos. A ti era más difícil descubrirte. Eran
sólo unos segundos pero esa espera siempre me hacía temer lo peor. Cuando me
costaba más de lo habitual, inspiraba fuerte y aguantaba la espiración para
tener un momento de absoluto silencio. Si aún así no lograba oírte, cerraba los
ojos con fuerza y justo antes de que entrara en pánico, aparecías. Tu
respiración era pausada, suave y contagiosa. Entonces procuraba seguir el ritmo
que marcabas, contaba hasta diez y volvía a la cama para seguir durmiendo.
Ahora tu respiración
ya no es suave, sino entrecortada, torpe, difícil. Te han puesto un aparato para
ayudarte y él dicta tu ritmo con un ruido que me
impide escucharte. He aguantado la respiración y cerrado con fuerza los ojos
pero ya no puedo encontrarte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario