LA BICICLETA
Llegabas cada día con tu
bicicleta y tus botas de agua llenas de barro. Aparcabas junto a la fuente, te
apoyabas en ella y comenzabas a limpiarte con cuidado los dos pies. Lo hacías
sin prisa, prestando completa atención a tu tarea, desentendiéndote del resto
de cosas que transcurrían a tu alrededor. Te veía repetir el mismo ritual a
diario, a la misma hora. Primero el pie
izquierdo, el que menos te costaba levantar. Después el derecho, con el que parecías
un poco más torpe. Apenas podías agacharte, así es que mantenías el grifo
abierto durante un buen rato hasta que lograbas quitar cualquier rastro de
suciedad. Una vez que habías terminado, sacudías despacio las gotas que quedaban y entonces recogías
la bici, acomodabas las verduras en la caja trasera y reemprendías despacito la marcha.
Cuando te perdía de vista desde mi ventana, yo intentaba completar tu recorrido. Me inventaba distintos caminos y rutas, pero, como punto final, siempre te imaginaba llegando a casa a comer y a tu mujer preguntándote, nada más entrar por la puerta, si llevabas las botas limpias mientras tú respondías, con una gran sonrisa de satisfacción, que por supuesto.
Cuando te perdía de vista desde mi ventana, yo intentaba completar tu recorrido. Me inventaba distintos caminos y rutas, pero, como punto final, siempre te imaginaba llegando a casa a comer y a tu mujer preguntándote, nada más entrar por la puerta, si llevabas las botas limpias mientras tú respondías, con una gran sonrisa de satisfacción, que por supuesto.
Ahora hace varias semanas que no
te veo. Desde que se estropeó la fuente. El agua lleva ya días manando de nuevo
pero tú no has vuelto a aparecer.