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viernes, 26 de octubre de 2012


LA NÚMERO 12

La primera, hace justo un año, fue como un latigazo directo al corazón. Me puse a llorar de manera desconsolada y la guardé como si fuera una reliquia, un preciado tesoro.
La  segunda, un mes después,  todavía dolió. Un poco menos, pero dolió. Con la tercera llegó el enfado. Hasta la séptima, este sentimiento fue aumentando de manera paulatina hasta convertirse en  rabia con la octava. Con la novena directamente te odié y después llegó la indiferencia, que se mantuvo entre la décima y la undécima. Hoy, al abrir el buzón, me he encontrado la última y aprovechando que he visto al cartero, le he rogado que haga lo imposible para que no me lleguen más cartas a tu nombre. Me ha pedido la número doce, pero no se la he dado. Con ella en la mano, he subido a casa, he abierto el cajón de la mesa de la cocina y la he juntado con las otras once. Después, las he sacado todas,  las he atado  con una goma y les he prendido fuego en el fregadero, mientras me tomaba una copa de vino disfrutando del espectáculo.


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