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martes, 11 de septiembre de 2012


TANATOPRAXIA

Mientras saludaba de manera mecánica a todas las  personas que pasaban delante de ella, no podía dejar de mirarle la cara. No podía apartar la vista de su rostro. No lo reconocía. En ese momento no podía pensar en otra cosa. Estaba tan confusa y aturdida por todo lo que había sucedido en las últimas horas que apenas le había dado tiempo de asimilarlo mínimamente. Y ahora no dejaba de pensar en quién se había encargado de hacerle eso a él en su despedida.
En eso andaba absorta cuando de repente se acordó de la fotografía que le habían pedido por la mañana y que sacó de manera precipitada de un cajón sin prestarle demasiada atención. Era una instantánea tomada años atrás, en la boda de un primo,  en la que él estaba sentado a la mesa. Entonces estaba más gordo, tenía más pelo y por lo que recordaba debía de estar diciendo algo en el momento justo de la captura porque tenía un gesto poco habitual en la cara. El mismo gesto que, ahora entendía, habían intentado reproducirle.
Su padre nunca había sido un hombre muy presumido, pero desde luego hubiera estado de acuerdo con ella en que el resultado no era el más adecuado. Sonrió al pensar en que él le hubiera reñido por haberles proporcionado esa foto.
Cuando llegó a casa, exhausta, encendió el ordenador e introdujo en el buscador los términos difunto y maquillaje. Enseguida obtuvo la palabra que estaba buscando: Tanatopraxia.

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