LA NÚMERO 12
La primera, hace
justo un año, fue como un latigazo directo al corazón. Me puse a llorar de
manera desconsolada y la guardé como si fuera una reliquia, un preciado tesoro.
La segunda, un mes después, todavía dolió. Un poco menos, pero dolió. Con
la tercera llegó el enfado. Hasta la séptima, este sentimiento fue aumentando
de manera paulatina hasta convertirse en rabia con la octava. Con la novena
directamente te odié y después llegó la indiferencia, que se mantuvo entre la
décima y la undécima. Hoy, al abrir el buzón, me he encontrado la última y
aprovechando que he visto al cartero, le he rogado que haga lo imposible para que
no me lleguen más cartas a tu nombre. Me ha pedido la número doce, pero no se
la he dado. Con ella en la mano, he subido a casa, he abierto el cajón de la
mesa de la cocina y la he juntado con las otras once. Después, las he sacado
todas, las he atado con una goma y les he prendido fuego en el
fregadero, mientras me tomaba una copa de vino disfrutando del espectáculo.