FLORES
He salido a pasear
temprano, como cada día, y a los pocos metros de salir de casa, por el camino
de siempre, sin saber muy bien por qué, he alzado la vista y me he quedado
quieta. Ha sido un acto que en principio me ha parecido reflejo, pero al observar
más detenidamente, me he dado cuenta de por qué me he parado. En tu largo
balcón las flores estaban marchitas. Todas.
Te he visto muchas veces
regando con mimo tus plantas, mientras tarareabas, casi en su susurro, canciones
alegres que parecían dirigidas a ellas. A pesar de tu edad y de la dificultad
que mostrabas para moverte, ese trabajo lo hacías cada día, me daba la
impresión, con buen humor, con mucha delicadeza. También recuerdo que, a
menudo, incluso cuando regresaba de mi paseo, después de más de una hora,
todavía seguías allí, continuando con tu minuciosa tarea o sentada, descansando en tu silla blanca de
mimbre y siempre mirando a tus flores.
Todavía parada y
viendo los restos de las antes vistosas y coloridas macetas, me he dado cuenta de que hacía días, quizá
semanas, que no te oía, que no te veía.